El invierno ha llegado a Afganistán y las filas del hambre no dejan de crecer, con más de la mitad de la población con escasez de alimentos, mientras las restricciones al nuevo régimen talibán siguen limitando la ayuda humanitaria.
Uno de los líderes del grupo islamista aseguró a Efe durante una conversación informal en su despacho que Afganistán es un país orgulloso al que no le gusta mendigar. La necesidad, sin embargo, ha empujado a miles de afganos a las calles.
Durante los frecuentes atascos en Kabul, decenas de niños se abalanzan sobre las ventanillas de los coches, se cuelgan del capó o se sientan en medio de la carretera para implorar uno de los gastados billetes por valor de unos pocos céntimos de dólar.
Mientras, en uno de los puntos de distribución del Programa Mundial de Alimentos (PMA), decenas de personas esperan en varias filas con sus cartillas de racionamiento, en lo que supone el segundo reparto de este organismo en el área en menos de un mes.
Distribución de alimentos
Sameer Ahmad Sadozai, uno de los coordinadores en este centro en PD-7, en el sur de Kabul, explica que en esta zona hay alrededor de 1.620 familias beneficiarias, que reciben un saco de 46 kilogramos de harina, una bolsa de 8,4 kg de maíz, otra de 1 kg de sal, y una botella de cinco litros de aceite.
«Acudimos a sus casas puerta por puerta para entregarles las cartillas. Ahora, en este punto, hemos repartido a alrededor de 1.200 personas (en dos días) y el proceso continuará. Los que no han venido hoy les llamaremos para que puedan recoger sus alimentos» mañana, detalla un aterido Sadozai.
Todo está en orden. En el exterior del recinto varios combatientes talibanes se aseguran de que no se produzca ningún incidente y, poco a poco, van permitiendo el acceso al lugar.
Dentro, entre sacos de maíz y harina, los beneficiarios se reparten en filas, donde les anotan los datos, agujerean la cartilla y les marcan con tinta indeleble un dedo. Después, cuando les toca el turno, un empleado carga sus alimentos en una carretilla.
El ritmo es frenético y ya fuera del recinto, una nueva fila de carretillas empujadas por niños espera para tomar el relevo y llevar la carga a un vehículo a cambio de unos pocos afganis, mientras un talibán con un trozo de manguera intenta poner orden.