El pasado jueves, un terremoto de magnitud 7,1 sacudió el oeste de Japón, llevando a los organismos gubernamentales locales y nacionales a activar una serie de medidas de emergencia.
Los meteorólogos emitieron un aviso temporal de tsunami y un comité especial lanzó una advertencia sin precedentes a nivel nacional sobre la posibilidad de otro «gran terremoto» en la próxima semana. Esta medida, la primera de su tipo en la historia del país, llevó a los trenes de alta velocidad a reducir su velocidad, provocando retrasos en los viajes, y al primer ministro a cancelar sus compromisos internacionales.
A pesar de la alarma, el gobierno levantó la mayoría de las advertencias sin reportar daños significativos. No obstante, el país permanece en alerta máxima y se prepara para posibles emergencias durante la temporada alta de viajes de verano, destacando la rigurosa preparación de Japón para enfrentar los terremotos.
Algunos expertos cuestionan la necesidad y precisión de estas advertencias, sugiriendo que podrían desviar recursos de comunidades con menor riesgo. Japón, situado en el Anillo de Fuego, es una de las regiones más propensas a los terremotos debido a su ubicación en el límite de cuatro placas tectónicas.
Shoichi Yoshioka, profesor de la Universidad de Kobe, señala que alrededor del 10% de los terremotos de magnitud 6 o superior ocurren en Japón o sus alrededores, lo que lo convierte en una de las zonas más sísmicas del mundo en comparación con regiones como Europa o el este de Estados Unidos, donde los terremotos son menos frecuentes.