Mariana Íñiguez Cueva nació en Loja, y vive en Guayaquil desde hace 15 años. Es ingeniera comercial y trabaja como servidora pública. Tiene 45 años de edad.
En el 2015 comenzó su tratamiento contra el cáncer de mama. Ahora mantiene controles bianuales bajo la asesoría médica de la oncóloga clínica Ruth Engracia, en Solca Guayaquil. Este es su testimonio:
“Cuando te dicen que los marcadores tumorales no se elevan puedes volver a respirar. Siempre reviso mis análisis antes de la cita médica de control, cada seis meses. Y oír a la doctora decir: ‘Mariana, estamos bien y tenemos que seguir así’, me da aliento.
Nunca tuve molestias. Solo detecté una bolita en la parte izquierda del seno izquierdo mientras me duchaba, pero cada cierto tiempo desaparecía. En 2015 mi esposo me dijo que busque ayuda, porque una de mis hermanas tuvo cáncer 20 años atrás.
Durante un año acudí a varios médicos, pero no fui con un especialista. Me daba miedo ir un hospital oncológico. Busqué a una mastóloga y tras varias pruebas no encontró nada.
Para estar seguros me sugirió una pequeña cirugía. Cuando desperté y vi el rostro de mi esposo, supe lo que tenía.
La bolita de 3 centímetros era un tumor maligno, como se verificó en las pruebas en Solca. Me negaba al diagnóstico porque cuando escuchas cáncer lo asocias con la muerte. Pero al ver las caras de los médicos, supe que debía comenzar mi tratamiento.
Me extrajeron el seno, los ganglios y vinieron seis ciclos de la quimioterapia que llamamos roja, cada 21 días; esa te aniquila con sus estragos. Luego pasé por 16 ciclos de quimioterapia blanca, con la que puedes decir que tienes ánimo para caminar. En el proceso vemos la medicina como un veneno que te destruye, pero luego comprendes que también te reconstruye y te da vida.
Ahora, en las consultas, comparto mi historia. Les digo a otras mujeres que comencé como ellas, desesperada. Y les pido que se aferren a sus hijos, a su esposo, a Dios, principalmente.
Mi esposo ha sido mi apoyo. Verlo junto a mí, sentir sus manos sobre mi cabeza calva, oírlo decir que todo pasaría aumentó mi fe y me dio fuerzas. Al inicio fue terrible, porque hasta soñaba cómo me enterrarían.
Sé que Dios me ha permitido llegar a otras personas para decirles que el cáncer no siempre es muerte. Si luchas, si eres positiva y tienes fe, se puede vencer.
Cambié mi alimentación. Dejé las frituras y los lácteos por alimentos más saludables. Comencé a caminar, empecé a hacer ejercicios y eso me ayudó a sacarme esa psiquis de la muerte.
Otro proceso difícil es ver la cicatriz de la operación y sentir ese vacío en el pecho. Tras la operación pasé por un examen de perfil genético para medir el riesgo de cáncer en el otro seno.
Mi padre murió de cáncer y sus hermanas tuvieron cáncer de mama. El resultado en mi caso era una alta probabilidad de desarrollo de cáncer en el seno derecho y decidí que lo extrajeran.
Me sentía mutilada. Casi tres años después comencé mi reconstrucción con implantes. Ahora es como si nada hubiera pasado en mí”.
Nuevos tratamientos, prevención e investigaciones elevan la sobrevida
La opción de un tratamiento más personalizado es una de las armas contra el cáncer. A la quimioterapia y la radioterapia, que son parte del esquema tradicional, se suman la hormonoterapia y la inmunoterapia.
Glenda Ramos, jefa del departamento Clínico Oncológico de Solca Guayaquil, dice que tener varias líneas de tratamiento aumenta la calidad de vida. “Antes no había más alternativa de tratamiento después de los tres meses, ahora podemos combinar opciones y lograr una sobrevida mayor, libre de progresión”.
A esto se suma una terapia más personalizada. La medicina dirigida parte de estudios genéticos de mutaciones para diseñar fármacos contra tipos específicos de cáncer, pero en el país no todos pueden conseguirlos.
Para la mutación EGRF en cáncer pulmón, explica Ramos, hay cinco fármacos en Ecuador y solo uno es parte del Cuadro Nacional de Medicamentos Básicos. “Hay mucha medicina personalizada pero no todos tienen acceso”. Aunque hay un mecanismo para pedirlos, el trámite toma tiempo.
El diagnóstico temprano aumenta las posibilidades de curación. Si bien hay campañas para la detección precoz de cáncer de mama, cuello de útero y próstata, sus tasas de sobrevida a cinco años tras el diagnóstico son intermedias si se comparan con países que tienen mayor acceso a fármacos y tecnología.
Estas patologías oncológicas mantienen los primeros puestos de incidencia en Ecuador, junto con las leucemias y los tumores de estómago, colon y recto, según los Registros de Tumores de cuatro ciudades. El Instituto Nacional de Investigación en Salud Pública (Inspi) está por empezar un estudio genético para identificar las variantes más agresivas.